miércoles, 10 de abril de 2013

CAMBOYA


SEAWS XXXIV
South East Asia Wild Spirit 
Interesante observar como ciertos daños físicos y emocionales no siguen una pauta evolutiva, al menos sintomática, para su recuperación. Un día amaneces con una postiza mueca de dolor, buscando la molestia que ya formaba parte de tu vida, pero no está allí, aunque la pretendas. Es como hacer palomitas en el microondas, el maíz no se va transformando mientras se calienta, si no que de repente ¡pap! Peta, palomitas blancas y ¡a zampar!
Mi felicidad no puede ser completa si no viene acompañada de la tuya, hermano.
El pasado 4 de abril Inu emprendió el regreso a España después de ciento cuarenta y tres días dando gloria por donde ya sabéis y por donde no. Durante ese tiempo hemos vivido una realidad aumentada por la intensidad imprimida a cada instante y el deseo de empujar el límite, por la ausencia de estereotipos en los que subsumirnos, por la certeza de que los momentos no vuelven y por la voluntad de exprimirlos hasta la corteza. Y bueno, la verdad es que ha sido una puesta en escena muy similar a la idea que teníamos en mente antes de salir de España, con la explosiva alegría de que ni la mente se puede hacer ideas de algo que no se espera.

Nos quedamos en Bangkok ¿no? No veas si ha llovido, sobre todo estos últimos días está cayendo agua a espuertas por Indo, aunque teniendo en cuenta que hace poco el SEAWS se quedó cojo quizá Asia está llorando un poquillo…je. De ahí pasamos a la risueña Camboya, destino la ciudad templaria de Angkor Wat, en Siemp Reap.

De lunes a lunes animando las noches de Siem Reap
A las 5.15 am despertábamos al conductor, que dormía estirado sobre su vehículo; zombie, se incorporó sin abrir la boca, arrancó su tuk tuk y nos llevó obviando los semáforos en rojo por la adormecida capital de Tailandia hasta la abovedada estación central de tren de Hualampong. Ciao Bangka, junto con Río de Janeiro la ciudad grande que más posibilidades tiene de alegrar el interior y desentumecer mentes cerradas. Fuimos para tres días y nos quedamos diez.

Cuidan bien a sus nacionales en Tailandia, pongamos como ejemplo la gratuidad del tren que nos acercó a la frontera, costeado por los simbólicos 0.50€ que han de pagar los extranjeros, esto es, nosotros. Imagino que el trasto está amortizado desde el siglo pasado y pese a su incomodidad en comparación con otros trenes, destaco el bienestar que provoca la elevada correspondencia en la relación calidad-precio. ¿300 km por cincuenta céntimos? Como si me van tirando agua en la cara. Siendo gratuito y haciendo más paradas que un autobús de línea, pensaba que los vagones irían atestados de lo peor de Tailandia, pero qué va, nunca llegó a llenarse, por lo que ni siquiera nos pusimos en la tesitura de levantarnos para ceder el asiento a otra persona.

Tras cuatro horas de traqueteo y vendedores ambulantes por los pasillos, además de un descontrolado incendio exterior que calentó el codo de Inu aparte de nublar nuestro vagón con espeso humo blanco, llegamos a Aranyaprathet, donde como siempre sucede en todos los lugares del mundo cuando desciendes de un transporte público, allí están los taxistas preparados para recoger el testigo. Intentamos compartir vehículo con una pareja francesa pero sólo se podía ir de dos en dos los 10 km que nos separaban de la frontera ¿?.

En la supuesta oficina de inmigración una docena de turistas rellenaba formularios y pagaba 30€ por su visado camboyano, sin saber que no servía para nada al otro lado de la frontera. TIMO. Avisado por la americana que nos encontramos cenando dos días antes de salir del país, allí se respiraba tensión de engaño. Como tampoco estaba seguro de que no fuera real, no me llevé a todo el turisteo con nosotros, sólo a los franceses que habíamos conocido en el tren. “Verás, creo que todo esto es falso, así que hasta luego”. *Tú mismo, no vas a poder entrar en Camboya sin esta habilitación, me dijo el “oficial”. El caradura mentía aun habiendo sido descubierto, claro que su negociete seguiría y sigue vigente sin nosotros.

Si salir de Tailandia fue un trámite ligero, la exasperante entrada en Camboya por la fronteriza Poipet metió presión al destino elegido: “espero que Angkor Wat merezca la pena”. Tres horas y media de esperas, filas y calor, dos puntos de control. Uno para el pago (20U$) y entrega de foto, el otro de recogida de huellas dactilares, por lo menos el sello del pasaporte está bastante currado. Otros dos buses para completar la acalorada odisea y llegamos a Siem Reap. Espectacular como baja el precio del transporte con cada paso que te aleja de la parada donde llegaste. En fin, que nos llevó un colegón muy majete en su motocarro: *¿Cómo se llama vuestro hotel? –Menos de cuatro dólares la noche, conexión wifi y en el centro… ¿Lo conoces? *Puede… Así caímos en el familiar No Problem Villa, reformado hacía tres meses.

Pasamos cinco noches en Camboya y descubrimos un País tremendamente mezclado, carente del eslabón de en medio, extremista, fusionado, inconexo y alegre. Más puro que un habano. Hermanos camboyanos, una profunda afinidad me unió a las personalidades que fui conociendo en el camino. Quizá mis relaciones estaban mediatizadas por la compasión interna que desembocaba en la repulsión de una vida cómoda ganada por el dudoso mérito del lugar de nacimiento y por la veneración a una estirpe que hace menos de cuarenta años sufrió uno de los mayores genocidios conocidos por la humanidad.

En efecto, para entender mejor a la sociedad camboyana se hace necesario poner de relieve el sanguinario e irracional episodio histórico que soportó durante los cuatro años que Pol Pot estuvo en el poder (1975-1979).

Cuando las colonias francesas y las tropas americanas, presentes en Camboya desde la II GM, se marcharon, el revolucionario Pol Pot se hizo con el mando del País: sus ideas, influenciadas por el comunismo más extremo, giraban en torno a la creación de una sociedad agraria con vistas a recuperar la gloria perdida de un País en decadencia. El malnacido exterminó a todo aquel que no se doblegaba ante su voluntad campesina, usar gafas o hablar idiomas era motivo de fusilamiento. Despojó a todos los habitantes de Camboya de sus bienes privados y les puso a trabajar en la construcción de terrazas de arroz en jornadas diarias de 12/14 horas. No se permitían pensamientos individuales, era traición al régimen. Respecto de la comida, tenían preferencia los que ya eran campesinos con anterioridad a su ascenso al poder, por lo que los exciudadanos recibían cantidades insuficientes y morían de hambre o agotamiento. Más del 25% de la población camboyana (2 millones de personas de los 7 de la época) pereció bajo las órdenes de Pol Pot, quien además destrozó bibliotecas, museos y toda la cultura que encontraba a sus paso, dejando intacto, debido a su profunda admiración hacia los Reyes Jemeres, la ciudad templaria de Angkor Wat.

Para saber más de Pol Pot y su lamentable régimen os dejo el siguiente link:  http://www.youtube.com/watch?v=vtPHzkfJv2Q

El cruento régimen imbuye de grandeza al pueblo camboyano, que lejos de relamerse unas heridas aún abiertas, justificada estaría su autocompasión, mira hacia delante con valentía, transparencia y sentido del humor. También con ignorancia. El calor es difícilmente soportable, así que, si bien fracasamos en el intento de purificar nuestro cuerpo ingiriendo tan sólo fruta y agua durante nuestro tour camboyano (en nuestro descargo hay que decir que la fruta no se encontraba en las condiciones de Indonesia o Tailandia) lo compensamos descubriendo los 200 km2 de Angkor Wat de la forma más fatigosa y profunda, en bicicleta.  

Una ciudad completa Siem Reap; su mercado, buena comida en puestos callejeros, locas noches en la Pub Street y un trato muy cercano con su gente. El agua es cara y un masaje de 20 minutos en pies y piernas cuesta 1 U$. Porque la moneda en Camboya es el dólar y el riel, este último en desuso. Niños correteando por todos lados, en las tiendas y en la calle, tullidos desmembrados resultado de las minas antipersona se arrastran buscando una limosna que difícilmente van a disfrutar, vendedores ambulantes ofertando sus crepes, guías de viaje y transporte para todos. Ausencia total de tensión por peligrosidad, parece un pueblo desordenado e inofensivo. Y, por cercanía, es la base perfecta para conocer el mayor complejo religioso del planeta tierra, antiguo centro político del Imperio Jemer. ANGKOR WAT (http://es.wikipedia.org/wiki/Angkor_Wat).

Alquilamos la bici tres días por 2.5 U$ cada uno de ellos, el mismo precio que cuesta una moto en Bali. El hombre tenía una agencia de viajes y le caímos bien.

El primer atardecer lo visioné desde Phnom Bakheng, el templo recomendado por el tuktukero que nos trajo, siempre presente en los aledaños del hotel por nombre, pensión por trato. Tuve que subir sólo porque Inu iba en camiseta de tirantes y no le dejaron acceder al templo. Le pedí un fular a una japo para que Inu  cubriese sus hombros y, aunque fue gracioso verle sudando con una capa roja y verde, no coló; me convenció a entrar José, otro español que se había quedado sin atardecer por el mismo motivo. *Mi amigo está arriba, por lo menos que lo vea uno de los dos. Y subí al templo, infestado de asiáticos con trípodes y cámaras profesionales. A los quince minutos bajé de nuevo, paso. José, gay valenciano, venía de tres meses en la India y hablaba de ese país con brillo en los ojos. Nos aconsejó sobre las playas de Tailandia y quedamos en tomar unas cerves un día de estos, que nunca llegó.

Precio entrada 3 días: 40 U$.


Nuestro guía, la Lonely Planet, recomendaba la visita a los templos en orden cronológico a su construcción, para hacerse una mejor idea de la evolución del arte jemer a través de las diferentes dinastías, y le hicimos caso. Al estilo de Egipto, cada Rey (en su caso faraón) plasmaba su devoción divina y poder en la construcción de colosales templos (pirámides) durante su reinado. Los kilómetros que cubrimos pedaleando el primer día bajo un aplastante solano nos acercaron a las arterias del corazón del símbolo de Camboya. De primeras nos dirigimos a la Ciudad de Roluos y, como no está del todo bien señalizado, nos pasamos cuatro kilómetros que deshicimos para adentrarnos en Loilé, poblado de zancudas casas de madera levantado gracias a las donaciones de los países que orgullosos muestran su bandera en la puerta de hogares y escuelas. 

Fue la mañana de un niño, una sonrisa, unas palmas, un dólar. Las casas sirven a su vez de escuela y los profesores están haciendo una gran labor con los peques, que básicamente aprenden inglés. Conversamos media hora larga con Jay, mientras nos rodeaban niños y mayores, contentos por la visita alienígena que significábamos para ellos. La bici, que llega donde buses y tuktuks no lo hacen. Inu quedó impactado con Jeff, el monje budista de dieciocho años que enseña canto e inglés a chavales más jóvenes que él. Nos enseñó las aulas, material escolar y Pc´s, todo fruto de donaciones desinteresadas de gente comprometida. Sentí vacío al no poder ofrecer más que mi enfocada atención y un sincero abrazo. “Fíjate este chaval, con dieciocho está enseñando a otros, recibiendo a extranjeros con un nivel de inglés más que aceptable, ajeno a las tonterías que tenemos en la cabeza en España a esa edad, cuando la mayoría siquiera ha salido del cascarón…” Ya ves Inu, fuerte ¡eh!


Jeff e Inu conversando en el descansillo del aula

Entre un aura de espiritualidad y polvo flotante, parando en mini puestos ambulantes de venta de bebidas y zumo de caña de azúcar, prácticamente sin sombra proyectada por la verticalidad con la que el sol incidía en todos los centímetros de nuestra sudorosa espalda protegida con factor 50, llegamos a construcciones más recientes y colosales. Repetíamos operación en cada  templo visitado. Dejábamos la bici y ordenábamos a dos pequeños cuidárnoslas, cuando volvíamos ahí seguían los peques, que se ganaban dólar por cabeza, y entonces nos rodeaban, gritaban y suplicaban otros diez niños por dinero… Un buen bofetón y salían corriendo. Es broma. A los 20 kilómetros del primer atardecer le sumamos los 51 km de la excursión del segundo día, que nos dejó exhaustos y el culo dolorido, una sensación que seguro much@s conocéis y que, sin ser placentera, recuerda el esfuerzo realizado, por lo que se deja llevar.























Esa noche cayeron masaje, crepe de chocolate y plátano, birras y algún baile, venga a lo loco; nada intempestivo porque a las 5 am del siguiente día pedaleábamos 10 km a oscuras, cantando con la brisa, en dirección al templo más famoso de todos para disfrutar de un amanecer reflejado en el lago de su entrada: Angkor Wat.

Pre amanecer en AW






Fue otro día de descubrimientos. Flipamos con el Templo de Bayon y sus 216 caras gigantes, lo gozamos en la primera hora de un vacío y magnífico Angkor Tom, que evoca la época de florecimiento de la ciudad templaria más internacional, aquella que contaba con un millón de habitantes cuando ciudades como Londres apenas superaban los cincuenta mil. Y también nos descojonamos con los frentazos que se daba la gente en alguna puerta o acceso bajo, resonando el impacto en cada piedra del lugar santo. Buff, ¿Está bien? *Sí, no es nada, repetían aturdidos cuando la realidad deslizaba un torbellino de dolor en forma de chichón instantáneo.

Inu en la entrada sur de AW.

Los Jemeres ya sabían en lo que fijarse
Inu accediendo al Templo de Bayon
Echamos un ajedrez viendo como el sol tomaba posición en su altar y, tras visitar los templos que sirvieron de decorado a Lara Croft en Tomb Raider y a Indiana Jones en alguna de sus cruzadas, nos tiramos un rato en el césped que precedía al gran lago cuadrado que rodea Angkor Wat. Chinos, japos y coreanos (los del sur porque los del norte están ocupados en otros hobbies), todos en autobús, a granel, a chorro, inundando a media mañana cualquier rincón de la ciudad templaria. Abanicos, pamelas y cámaras, muchas quejas por el calor, paquete vacacional que trae algunas incomodidades, tranquilos, ya disfrutareis de las fotos en el salón de vuestra casa.
Bayon

Calor sofocante, pueblo energizante. Verde, salvaje, arbolado. Tres niveles sociales: Los mayores de cuarenta, todos supervivientes y afectados trágicamente por la matanza Polpotiana, los mayores de quince y menores de cuarenta, hijos de un de País indefinido, buscavidas agradables producto del postgenocidio y los menores de quince, hijos de la nueva Camboya, angloparlantes y carentes del miedo de sus progenitores, la esperanza de resurgimiento recae sobre sus pasos. Sociedad  supersticiosa, no les gusta el número 8 (significa privación de libertad) ni el 4 (su trazo implica decapitación), por ello buscarán casamientos entre edades que no sumen ni acaben en esos números. Natural. Perdona, ¿tienes agua? Cógela tú mismo de la nevera, me dice la mujer mientras amamanta a su pequeña, no se ruboriza, no se enerva, sigue en su tarea. Viciosos por ignorancia: alcohol, sexo y otras drogas componen la vida de algunos, los menos, pero los hay. Se respira bondad, pero también contaminación así que no inspires muy fuerte o entenderás porque la mayoría lleva una pashmina en la boca. ¿Barato? Alojamiento sí, la comida como en el resto del SEA.

Inu contemplando la magnificencia de Angkor Wat 

 En Camboya tan a gusto como en casa.

5 días después volvíamos a la frontera y la pesadez de los trámites fue la misma que entonces. El mismo día que viajamos, nuestro tren salía desde Bangkok (19.30h) rumbo al sur, a las islas de Tailandia, en concreto queríamos llegar a Ko Tao. Habíamos quedado con Villa (malagueño que conocimos en Bali) en la Kao San Road a las 16h, hora prevista de nuestra llegada. Sin embargo a las 17h aún nos encontrábamos a 150 km de la capital… 
Detalle de una de las 216 caras gigantes del Templo de Bayon.
Árboles gigantes cuyas raíces penetran en la roca de los
Templos creando imágenes inverosímiles
Creamos escuela con esta foto, muchos la repitieron.
Agua y fruta siempre a Maly
No me acuerdo de su nombre, pero si de cómo engullía coco...


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