miércoles, 5 de junio de 2013

UDAWALAWE NATIONAL PARK

SEAWS XLII
South East Asia Wild Spirit


Pese a que apenas 12 horas antes habíamos recorrido la misma carretera rumbo Adam´s, ahora era de día y el paisaje que nos veía pasar era un abrebocas. Fue precioso ver de nuevo a la familia cingalesa, reforzando lazos al tratarse del segundo encuentro.  Llegamos a la casa con un obsequio de diez manzanas para la familia (su fruta preferida cuyo precio en comparación con otras frutas era desorbitado para una economía media, como sucede con los mangos en España, por ejemplo) y tras contarles el ascenso, recogimos nuestras pertenencias e iniciamos el viaje a Udawalawe, al otro lado de la cadena montañosa, atravesada por carreteras en sus diversos estados de construcción.

Son duras las scooters asiáticas.
*Mira esto, me dijo Nico señalándome el paisaje, ajeno a que ya lo observaba embobado mientras grababa un video. Miré al frente, un camión venía ocupando el centro de la carretera: -¡Y mira esto Nico! Por no colisionar acabamos con la moto en la cuneta, aunque sin lesiones ni daños. Nos reimos como niños. Fueron setenta kilómetros de poca recta y mucho barranco, tensión contenida hasta que Nico reventó maldiciendo en italiano a los conductores de vehículos pesados. Se echó un cigarrillo que no le terminó de calmar así que conduje hasta Weligepola, pueblo sin encanto especial que sobrepasamos cuando empezó la lluvia, por lo que hicimos parada en un puestecillo a resguardarnos con un té caliente. Ya era de noche y notaba a Nico reticente con el plan de continuar hasta Udawalawe (hora y media de moto). Él quería conocer World´s End, otro parque nacional famoso por albergar un tremendo acantilado con vistas impresionantes. Costaba 40€ y yo pasaba de ir allí. Es época de nubes.

*Italo, a mi me da igual el safari, si no lo hago ahora lo haré en el Yala National Park (cerca de Arugam Bay), si quieres nos buscamos un lugar para pasar la noche y mañana volvemos a AB.

Decidiendo estábamos cuando un nativo musculoso se metió en la conversación. *¿A dónde váis? –Udawalawe. El hombre, en sus treinta y tantos, sacó la placa de policía. *Yo voy en esa dirección, si queréis seguidme.

Llovía y siguió lloviendo durante todo el trayecto. Intentaba no pensar en el frenazo y caída pero a veces me venía a la cabeza. Cerca del destino buscamos hotel (el de las chicas no era económico) y encontramos uno a buen precio en el que nos cambiamos de ropa sin reservar habitación. ¡Gracias! Angie me puso al teléfono con el gerente de las cabañas donde ellas se quedaban y a la media hora aparecimos en su barbacoa de bienvenida, escasa y seria, rollo cocina moderna que me dejó con más hambre que antes de sentarme a cenar. El 4x4 estaba contratado para las 5.30 am y tras la cena brindamos con el Arak adquirido en una tienda de Dickoya, poblado cercano a Hatton (la tienda de licores era también taberna y los locales salían literalmente patinando de allí) Nico quería irse al hotel que habíamos visto pero yo estaba perezoso y me metí en otra de las cabañas a dormir.

Notaba como me tiraban del brazo. Lucas, levántate. Era Julia, 5am, se metió en mi cabaña para despertarme y unirme al safari. Adoro que me despierten poco a poco. Ducha y al todoterreno.

UDAWALAWE NATIONAL PARK

De dcha a izq: Julia, Vero, Angie
4.000 rupias (25€) por cuatro horas de safari. Me reí mucho con el guía, que llevaba haciendo de explorador once años. Los animales más avistados fueron elefantes (de los 300 que se dice que viven seguro vimos a 80) búfalos de agua y aves (teníamos la coña de que en verdad eran muñecos radiocontrol colocados para el turismo…). Tuvimos suerte de ver dos cocodrilos, ciervos y un lagarto de graciosos andares. Por desgracia no vimos ni serpientes ni leopardos, que también habitan por allí.

Es el parque con más crías de elefante de todos cuantos existen en Sri Lanka, y la verdad es que ver a los pequeños paquidermos en su hábitat, protegidos caminando entre las piernas de sus madres o vulnerables y desgarbados paseando por allí, deja una curiosa sensación que se intensifica al conocer que el embarazo de un elefante se prolonga durante unos 640 días (22 meses), siendo el periodo de gestación más elevado de cuantos animales pueblan el planeta.


Los veíamos cerca y los veíamos lejos, el guía no me dejaba bajar del coche aunque en un lago sí lo hice. Cuidado con los cocodrilos me dijo, aumentando la adrenalina de la foto. Quería tocar un elefante. Sí o sí. El conductor tuvo que detenerse en varias ocasiones por hallarse algún elefante en medio del camino y en una de esas paradas estaba mi oportunidad.


Parece que el colega estaba comiendo ostras con champán...
A unos cuarenta metros del coche, un grupo de cinco elefantes se alimentaba de plantas. *Oye Boss, ¿Sabes imitar el sonido de los elefantes? –Sí. Y el hombre se arrancó con un gruñido corto que me hizo descojonarme por lo lejano de la comparación. ¡Qué cabrón! No se parece en nada, el tío se reía dejando al descubierto una dentadura con más tiros que las persianas de Sarajevo.

Piel suave estirada y áspera arrugada, sus ojos...
Saqué medio cuerpo fuera del vehículo y empecé el ritual de llamada. Sonidos y gestos. Las chicas flipaban. Podía leer en sus caras el pensamiento de “menudo idiota, parecía un chico normal”. Cuando el elefante empezó a acercarse ya no tuve que leer el pensamiento de ellas, sólo escucharlas: *Lucas, stop, ¿estás loco? viene hacia nosotros, vámonos. La elefanta frenó a tres metros del coche, yo seguía con la llamada, las chicas pegadas en la parte opuesta del todoterreno. Venga guapa, ven, acércate, sólo quiero acariciarte la frente, va que si quieres también la trompa, te respeto pero quiero tenerte cerca. Dubitativamente se fue aproximando hasta que pude tocarla. Su agitada respiración y trompa se calmaron a base de caricias. Me impactaron los ojos, verdeamarillos fluorescentes, como si llevase lentillas. Las chicas, reticentes de primeras, se acercaron, aunque sólo Julia se atrevió a sacar la mano. El guía repetía: cuidado, es salvaje, cuidado… poco después, súbitamente, el elefante reculó y se alejó corriendo, para siempre. Por esos cinco minutos mereció la pena lo pesado del viaje, la lluvia, la resaca y el precio del safari.

Nico leía su novela tumbado al sol en una de las hamacas del resort cuando llegamos. Desayunamos allí. A las chicas les quedaban dos noches antes de volver a su vida real en Dubai. *¿Qué plan tenéis? –Queremos playa, creo que nos vamos a ir a Mirissa (destino situado al suroeste de la isla, precioso pero fuera de temporada) *Deberíais ir a Arugam Bay, ahora es temporada allí, en el oeste es época de lluvias… Pese a la insistencia, que era más por ellas que por nosotros, decidieron seguir su plan sin hacernos caso.

Intenté no pagar pero en la cuenta del desayuno me metieron la habitación, así que solté 20€ que me dolieron, ya ni el lugar ni el servicio los valía. Nos despedimos de las rubias (no os olvidéis el paraguas) y empezamos la vuelta a casa motorizada con ese mix de viento y sol que te hacía estar a gusto.

Quería tocarlo pero no me atreví. Suerte tuvimos de verlo a eso
de las 4 pm. Suelen avistarse o muy temprano o a última hora
de la tarde. Con el un, dos, tres, cuatro... Foooormación.
Pese a ser el camino largo, nos animamos a recorrer la carretera que atraviesa el Yala National Park y tuvimos por suerte safari gratuito: dos lagartos pasaron de un lado al otro de la vía delante de nosotros, varios búfalos se bañaban tranquilos en una laguna y al rato, la gran atracción, un elefante caminando por el arcén. ¡Para Nico! Se me hizo raro ver al italiano, pausado por naturaleza, tan nervioso. *Cuidado, ha habido muchas muertes por causa de elefantes aquí en los últimos años. Me resultaba gracioso que se pusiese tan serio. Bajé de la moto, dejé chanclas y mochilas en el suelo y me acerqué despacio al enorme animal (aunque más pequeños que los africanos, los elefantes asiáticos también tienen su tamaño) que se percató de mi presencia y empezó a caminar más deprisa hacia mí. Cuando estaba a siete metros de él me di la vuelta para subir en la moto y me acojoné al no ver a Nico. ¡El cabrón estaba a cincuenta metros! Cómo corrí sin ver la mochila, volví a recogerla y me subí a la moto. El bicho, que de primeras estaba en el arcen contrario, ahora caminaba hacia nosotros por nuestro lado. Estuvo gracioso.

Cinco horas después de salir de Uda, llegamos al Beach Hut, casa. Un gustazo y muy buen rollo, aunque Kuna nos comunicó que nuestras cabañas estaban alquiladas.

Carretera y chubasquero: Aparte de los puntos objeto de parada, es decir, Ella, Hatton, Adam´s Peak y Udawalawe, el trayecto constituyó un destino en sí mismo. Entre que en Sri Lanka aún no está muy extendido el alquiler de motocicletas y además cruzamos zonas que el turismo suele obviar, el resultado fue impactante. Fuimos la sorpresa alienígena para niños y mayores, si pasábamos de largo las gentes interrumpían sus conversaciones para saludar brazos en alto ofreciendo una cálida sonrisa, gritos, saltos o todo a la vez. Si nos deteníamos a repostar, comprar el que fue el “packtrip” (pink coco, chocolatinas, crackers, refresco de fresa local y agua), comer o simplemente a estirar las piernas los presentes hacían un corro a nuestro alrededor: ¿You from? ¿You from? Su primera pregunta es siempre ¿de dónde eres?, repartíamos cigarros y rupias, los moteros que nos sobrepasaban se quedaban un rato conduciendo a nuestra altura, observando. Tenía la sensación de que para ellos éramos el trébol de cuatro hojas, la moneda de la suerte de un pueblo maldecido hasta hace tan sólo cuatro años con una cruenta guerra civil entre cingaleses y tamiles que se cobró más de 90.000 almas arrancadas de la vida con odio. 

Aparte del factor humano, los paisajes que cruzamos destilaban energía. De los 240 países que componen este mundo (195 reconocidos internacionalmente), Ceylon es el que mejor té produce y por la propia estructura de sus campos, desplegados hacia los cuatro puntos cardinales, fantaseaba con que recorríamos la piel de un dragón dormido cuyo despertar para el turismo en masa no queda lejano.


Keselkotuwa city 



















Tétété tété tétété

Cruzando Hill Country
Dos crías quedaron entre los búfalos y los elefantes, que se agruparon para "rescatarlas"

Me encantaría saber el tipo de árbol, pero no. Udawalawe.

Cómo se contoneaba el lagarto.

Vamos por este camino que la carretera es buena. Hay que actualizar el mapa Nicolino!




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