SEAWS XXXIV
South East Asia Wild Spirit
Interesante observar como ciertos daños físicos y emocionales no siguen una pauta evolutiva, al menos sintomática, para su recuperación. Un día amaneces con una postiza mueca de dolor, buscando la molestia que ya formaba parte de tu vida, pero no está allí, aunque la pretendas. Es como hacer palomitas en el microondas, el maíz no se va transformando mientras se calienta, si no que de repente ¡pap! Peta, palomitas blancas y ¡a zampar!
Mi felicidad no puede ser completa si no viene acompañada de la tuya, hermano.
El pasado 4 de abril Inu emprendió el regreso a
España después de ciento cuarenta y tres días dando gloria por donde ya sabéis
y por donde no. Durante ese tiempo hemos vivido una realidad aumentada por la
intensidad imprimida a cada instante y el deseo de empujar el límite, por la
ausencia de estereotipos en los que subsumirnos, por la certeza de que los
momentos no vuelven y por la voluntad de exprimirlos hasta la corteza. Y bueno,
la verdad es que ha sido una puesta en escena muy similar a la idea que
teníamos en mente antes de salir de España, con la explosiva alegría de que ni
la mente se puede hacer ideas de algo que no se espera.
Nos quedamos en Bangkok ¿no? No veas si ha
llovido, sobre todo estos últimos días está cayendo agua a espuertas por Indo, aunque
teniendo en cuenta que hace poco el SEAWS se quedó cojo quizá Asia está
llorando un poquillo…je. De ahí pasamos a la risueña Camboya, destino la ciudad
templaria de Angkor Wat, en Siemp Reap.
A las 5.15 am despertábamos al conductor, que
dormía estirado sobre su vehículo; zombie, se incorporó sin abrir la boca, arrancó
su tuk tuk y nos llevó obviando los semáforos en rojo por la adormecida capital
de Tailandia hasta la abovedada estación central de tren de Hualampong. Ciao Bangka,
junto con Río de Janeiro la ciudad grande que más posibilidades tiene de alegrar
el interior y desentumecer mentes cerradas. Fuimos para tres días y nos
quedamos diez.
Tras cuatro horas de traqueteo y vendedores
ambulantes por los pasillos, además de un descontrolado incendio exterior que
calentó el codo de Inu aparte de nublar nuestro vagón con espeso humo blanco,
llegamos a Aranyaprathet, donde como siempre sucede en todos los lugares del
mundo cuando desciendes de un transporte público, allí están los taxistas
preparados para recoger el testigo. Intentamos compartir vehículo con una
pareja francesa pero sólo se podía ir de dos en dos los 10 km que nos separaban
de la frontera ¿?.
En la supuesta oficina de inmigración una
docena de turistas rellenaba formularios y pagaba 30€ por su visado camboyano,
sin saber que no servía para nada al otro lado de la frontera. TIMO. Avisado
por la americana que nos encontramos cenando dos días antes de salir del país,
allí se respiraba tensión de engaño. Como tampoco estaba seguro de que no fuera
real, no me llevé a todo el turisteo con nosotros, sólo a los franceses que
habíamos conocido en el tren. “Verás, creo que todo esto es falso, así que hasta
luego”. *Tú mismo, no vas a poder entrar en Camboya sin esta habilitación, me
dijo el “oficial”. El caradura mentía aun habiendo sido descubierto, claro que
su negociete seguiría y sigue vigente sin nosotros.
Si salir de Tailandia fue un trámite ligero, la
exasperante entrada en Camboya por la fronteriza Poipet metió presión al
destino elegido: “espero que Angkor Wat merezca la pena”. Tres horas y media de
esperas, filas y calor, dos puntos de control. Uno para el pago (20U$) y
entrega de foto, el otro de recogida de huellas dactilares, por lo menos el
sello del pasaporte está bastante currado. Otros dos buses para completar la
acalorada odisea y llegamos a Siem Reap. Espectacular como baja el precio del
transporte con cada paso que te aleja de la parada donde llegaste. En fin, que
nos llevó un colegón muy majete en su motocarro: *¿Cómo se llama vuestro hotel?
–Menos de cuatro dólares la noche, conexión wifi y en el centro… ¿Lo conoces?
*Puede… Así caímos en el familiar No
Problem Villa, reformado hacía tres meses.
Pasamos cinco noches en Camboya y descubrimos
un País tremendamente mezclado, carente del eslabón de en medio, extremista,
fusionado, inconexo y alegre. Más puro que un habano. Hermanos camboyanos, una
profunda afinidad me unió a las personalidades que fui conociendo en el camino.
Quizá mis relaciones estaban mediatizadas por la compasión interna que desembocaba
en la repulsión de una vida cómoda ganada por el dudoso mérito del lugar de
nacimiento y por la veneración a una estirpe que hace menos de cuarenta años
sufrió uno de los mayores genocidios conocidos por la humanidad.
En efecto, para entender mejor a la sociedad
camboyana se hace necesario poner de relieve el sanguinario e irracional
episodio histórico que soportó durante los cuatro años que Pol Pot estuvo en el
poder (1975-1979).
Cuando las colonias francesas y las tropas
americanas, presentes en Camboya desde la II GM, se marcharon, el revolucionario
Pol Pot se hizo con el mando del País: sus ideas, influenciadas por el
comunismo más extremo, giraban en torno a la creación de una sociedad agraria con
vistas a recuperar la gloria perdida de un País en decadencia. El malnacido
exterminó a todo aquel que no se doblegaba ante su voluntad campesina, usar
gafas o hablar idiomas era motivo de fusilamiento. Despojó a todos los
habitantes de Camboya de sus bienes privados y les puso a trabajar en la construcción
de terrazas de arroz en jornadas diarias de 12/14 horas. No se permitían
pensamientos individuales, era traición al régimen. Respecto de la comida,
tenían preferencia los que ya eran campesinos con anterioridad a su ascenso al
poder, por lo que los exciudadanos
recibían cantidades insuficientes y morían de hambre o agotamiento. Más del 25%
de la población camboyana (2 millones de personas de los 7 de la época) pereció
bajo las órdenes de Pol Pot, quien además destrozó bibliotecas, museos y toda la
cultura que encontraba a sus paso, dejando intacto, debido a su profunda
admiración hacia los Reyes Jemeres, la ciudad templaria de Angkor Wat.
Para saber más de Pol Pot y su lamentable
régimen os dejo el siguiente link: http://www.youtube.com/watch?v=vtPHzkfJv2Q
El cruento régimen imbuye de grandeza al pueblo
camboyano, que lejos de relamerse unas heridas aún abiertas, justificada
estaría su autocompasión, mira hacia delante con valentía, transparencia y
sentido del humor. También con ignorancia. El calor es difícilmente soportable,
así que, si bien fracasamos en el intento de purificar nuestro cuerpo
ingiriendo tan sólo fruta y agua durante nuestro tour camboyano (en nuestro
descargo hay que decir que la fruta no se encontraba en las condiciones de
Indonesia o Tailandia) lo compensamos descubriendo los 200 km2 de Angkor Wat de
la forma más fatigosa y profunda, en bicicleta.
Una ciudad completa Siem Reap; su mercado,
buena comida en puestos callejeros, locas noches en la Pub Street y un trato
muy cercano con su gente. El agua es cara y un masaje de 20 minutos en pies y
piernas cuesta 1 U$. Porque la moneda en Camboya es el dólar y el riel, este
último en desuso. Niños correteando por todos lados, en las tiendas y en la
calle, tullidos desmembrados resultado de las minas antipersona se arrastran
buscando una limosna que difícilmente van a disfrutar, vendedores ambulantes
ofertando sus crepes, guías de viaje y transporte para todos. Ausencia total de
tensión por peligrosidad, parece un pueblo desordenado e inofensivo. Y, por
cercanía, es la base perfecta para conocer el mayor complejo religioso del
planeta tierra, antiguo centro político del Imperio Jemer. ANGKOR WAT (http://es.wikipedia.org/wiki/Angkor_Wat).
Alquilamos la bici tres días por 2.5 U$ cada
uno de ellos, el mismo precio que cuesta una moto en Bali. El hombre tenía una
agencia de viajes y le caímos bien.
Precio entrada 3 días: 40 U$.
Nuestro guía, la Lonely Planet, recomendaba la visita a los
templos en orden cronológico a su construcción, para hacerse una mejor idea de
la evolución del arte jemer a través de las diferentes dinastías, y le hicimos
caso. Al estilo de Egipto, cada Rey (en su caso faraón) plasmaba su devoción
divina y poder en la construcción de colosales templos (pirámides) durante su
reinado. Los kilómetros que cubrimos pedaleando el primer día bajo un
aplastante solano nos acercaron a las arterias del corazón del símbolo de
Camboya. De primeras nos dirigimos a la Ciudad de Roluos y, como no está del
todo bien señalizado, nos pasamos cuatro kilómetros que deshicimos para
adentrarnos en Loilé, poblado de zancudas casas de madera levantado gracias a
las donaciones de los países que orgullosos muestran su bandera en la puerta de
hogares y escuelas.
Jeff e Inu conversando en el descansillo del aula |
Entre un aura de espiritualidad y polvo
flotante, parando en mini puestos ambulantes de venta de bebidas y zumo de caña
de azúcar, prácticamente sin sombra proyectada por la verticalidad con la que
el sol incidía en todos los centímetros de nuestra sudorosa espalda protegida
con factor 50, llegamos a construcciones más recientes y colosales. Repetíamos
operación en cada templo visitado.
Dejábamos la bici y ordenábamos a dos pequeños cuidárnoslas, cuando volvíamos
ahí seguían los peques, que se ganaban dólar por cabeza, y entonces nos rodeaban,
gritaban y suplicaban otros diez niños por dinero… Un buen bofetón y salían
corriendo. Es broma. A los 20 kilómetros del primer atardecer le sumamos los 51
km de la excursión del segundo día, que nos dejó exhaustos y el culo dolorido, una
sensación que seguro much@s conocéis y que, sin ser placentera, recuerda el
esfuerzo realizado, por lo que se deja llevar.
Fue otro día de descubrimientos. Flipamos con el
Templo de Bayon y sus 216 caras gigantes, lo gozamos en la primera hora de un
vacío y magnífico Angkor Tom, que evoca la época de florecimiento de la ciudad
templaria más internacional, aquella que contaba con un millón de habitantes
cuando ciudades como Londres apenas superaban los cincuenta mil. Y también nos descojonamos
con los frentazos que se daba la gente en alguna puerta o acceso bajo,
resonando el impacto en cada piedra del lugar santo. Buff, ¿Está bien? *Sí, no
es nada, repetían aturdidos cuando la realidad deslizaba un torbellino de dolor
en forma de chichón instantáneo.
Los Jemeres ya sabían en lo que fijarse |
Inu accediendo al Templo de Bayon |
Echamos un ajedrez viendo como el sol tomaba
posición en su altar y, tras visitar los templos que sirvieron de decorado a
Lara Croft en Tomb Raider y a Indiana Jones en alguna de sus cruzadas, nos
tiramos un rato en el césped que precedía al gran lago cuadrado que rodea
Angkor Wat. Chinos, japos y coreanos (los del sur porque los del norte están
ocupados en otros hobbies), todos en autobús, a granel, a chorro, inundando a
media mañana cualquier rincón de la ciudad templaria. Abanicos, pamelas y
cámaras, muchas quejas por el calor, paquete vacacional que trae algunas
incomodidades, tranquilos, ya disfrutareis de las fotos en el salón de vuestra
casa.
Bayon |
Calor sofocante, pueblo energizante. Verde,
salvaje, arbolado. Tres niveles sociales: Los mayores de cuarenta, todos
supervivientes y afectados trágicamente por la matanza Polpotiana, los mayores
de quince y menores de cuarenta, hijos de un de País indefinido, buscavidas
agradables producto del postgenocidio y los menores de quince, hijos de la
nueva Camboya, angloparlantes y carentes del miedo de sus progenitores, la
esperanza de resurgimiento recae sobre sus pasos. Sociedad supersticiosa, no les gusta el número 8
(significa privación de libertad) ni el 4 (su trazo implica decapitación), por
ello buscarán casamientos entre edades que no sumen ni acaben en esos números.
Natural. Perdona, ¿tienes agua? Cógela tú mismo de la nevera, me dice la mujer
mientras amamanta a su pequeña, no se ruboriza, no se enerva, sigue en su
tarea. Viciosos por ignorancia: alcohol, sexo y otras drogas componen la vida
de algunos, los menos, pero los hay. Se respira bondad, pero también
contaminación así que no inspires muy fuerte o entenderás porque la mayoría
lleva una pashmina en la boca. ¿Barato? Alojamiento sí, la comida como en el
resto del SEA.
Inu contemplando la magnificencia de Angkor Wat |
En
Camboya tan a gusto como en casa.
5 días después volvíamos a la frontera y la
pesadez de los trámites fue la misma que entonces. El mismo día que viajamos,
nuestro tren salía desde Bangkok (19.30h) rumbo al sur, a las islas de Tailandia,
en concreto queríamos llegar a Ko Tao. Habíamos quedado con Villa (malagueño
que conocimos en Bali) en la Kao San Road a las 16h, hora prevista de nuestra
llegada. Sin embargo a las 17h aún nos encontrábamos a 150 km de la capital…
Detalle de una de las 216 caras gigantes del Templo de Bayon. |
Árboles gigantes cuyas raíces penetran en la roca de los Templos creando imágenes inverosímiles |
Agua y fruta siempre a Maly |
No me acuerdo de su nombre, pero si de cómo engullía coco... |
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